DOMINGO SIFONTES UN GENERAL QUE ASUMIÓ
EL DOLOR DEL PUEBLO CONTRA EL INVASOR
“Quijote
de la nacionalidad” lo llamó Mario Briceño Iragorri y el doctor Manuel Felipe
Pizarro dijo de él que como los héroes de Ossián cayá sobre su escudo creyendo
todavía en la exaltación de la justicia.
Cuando aún parte de la Guayana
queda en manos de los herederos del invasor, un nuevo libro “El Abuelo”, de
Horacio Cabrera Sifontes, nos cuenta aquella hazaña época del Cuyuní contra el
despojo.
Inglaterra siempre le tuvo la mira
puesta a la vasta extensión de la Guayana venezolana. Desde que Walter Raleigh
apreso a Berrio se hizo dueño de San José de Oruña, desde que expulsaron a los
holandeses súbditos del imperio español de las tierras de Demerara y el
Esequibo, y por último, desde que el capitán Keymis quemo a Santo Tomás de la
Guayana y vengó en el gobernador Palomeque de Acuña la muerte del hijo
predilecto de Raleigh. Desde esos angustioso días del siglo diecisiete.
Inglaterra se obsesiona de Guayana y aprovechó la participación de los
irlandeses en la guerra de Independencia para proponer al Congreso de Angostura
en enero de 1819 la formación de una nueva provincia que se llamaría Nueva
Erin, capital Nueva Dublín y que abarcaría desde Mánamo siguiendo el Orinoco
hasta el Caroní, Barceloneta y límites con Brasil. Provincia, por supuesto,
habitada y gobernada por irlandeses.
Rechazando tal proyecto por el
Congreso de Angostura, Inglaterra adoptó por otra salida, la de ir avanzando
desde Demerara y el Esequibo por las inmensas soledades de la selva guayanesa
hasta provocar un conflicto como en efecto ocurrió con el llamado “Incidente de
Cuyuní” que le permitiera dilucidar en forma conveniente una situación en la
que ella, debido a su gran poder imperial, tenía todas las de ganar.
Con razón dice Enrique Bernardo
Núñez, al considerar el “Incidente del Cuyuní” protagonizado por el general
guayanés Domingo Antonio Sifontes que este “sin saberlo, estaba obligando (¿obligando?
Aparentemente obligando porque en el fondo Inglaterra todo lo tenía calculado y
previsto) como sucedió, a que Inglaterra aceptara el arbitraje, aunque le faltó
malicia para sospechar que en toda forma seríamos traicionados como lo fuimos,
por nuestros representantes americanos, ya que una de las condiciones aceptadas
para el arbitramiento fue que no estuviéramos presentes en la defensa de
nuestro territorio usurpado”.
Horacio Cabrera Sifontes en su
reciente libro “El Abuelo” donde expone lo del “Incidente” dentro de un marco
histórico y de acontecimientos regionales en el que sobresale la figura del
general Domingo Antonio Sifontes, señala que esta condición absurda de la no
presencia de Venezuela en el arbitramiento, (si Inglaterra como juez y parte)
fue aceptada por el gobierno de Joaquín Crespo.
De allí que al producirse el
Laudo Arbitral de octubre de 1899, Venezuela perdió 150 mil kilómetros
cuadrados en la zona del Esequibo que siempre hemos venido reclamando.
Pero habríamos perdido más
porque era mucho más, 60 mil millas cuadradas, lo que Inglaterra reclamaba.
Para eso había comisionado con tiempo al agrimensor austriaco Roberto
Shomburgh, para que rodeara la línea una y otra vez que después de 27 años de
muerto el señor Shomburgh, continuaron rodando las tropas inglesas de avance
que llegaron a establecer un cuartel en la margen derecha del Cuyuní frente a
El Dorado.
EL INCIDENTE DEL CUYUNÍ
Cuando ocurrió el Incidente, era
porque el patriotismo se le había revolcado en la sangre al General Domingo
Antonio Sifontes, viendo casi impotente como comandos ingleses subían y bajaban
a su antojo el Cuyuní, y una vez más empeñó tranquilidad familiar y fortuna
para hacer la guerra, esta vez no contra
connacionales en la viciosa lucha por liquidar la arbitrariedad y adecentar el
poder político, sino contra los usurpadores de buena parte de nuestro
territorio, contra los británicos que desde más allá de los mares se
aventuraban a estas tierras indoamericanas para ver cuánto podían lograr.
EL LIBRO DEL ABUELO
Del protagonista de esta acción
nos habla precisamente uno de sus incidentes directos en el libro “El Abuelo”
impreso en Caracas por “Ediciones Centauro” a expensas de la Asamblea
Legislativa que de esta forma resolvió el homenaje a que se siente obligada con
motivo del Bicentenario de Tumeremo.
Es el décimo primer libro de
Horacio Cabreras Sifontes y consta de 253 páginas en nueve capítulos y un anexo
que comprende reproducción facsimilar de cartas y gráficas de la época. Es un
libro interesante, profuso de datos y bien documentado como todos los de este
Señor inmenso en una vida intensa donde se conjugan las ansias del saber y la
investigación con la creación espiritual y material que al fin materialista y
concreto es él como toda la estirpe del llano y la montaña.
Como buen investigador lo
caracteriza la objetividad, vale decir, la veracidad de las cosas, siempre
ajeno a la superstición y vanas creencias como esa la del “Muerto de la
Carata”, que esclarece al detalle en el libro por ser exactamente “La Carata”
el Hato donde nació Domingo Sifontes así como Mercedes, la madre del autor del
libro.
En resumen la obra de Horacio
Cabrera Sifontes se contrae a lo que captamos y vertimos en este reportaje.
GUAYANA EN LA POSTRIMERIA DEL SIGLO DIECINUEVE
Para fines del siglo pasado
existía en Guayana un movimiento cultural e intelectual, no reducido a Ciudad
Bolívar, sino que abarcaba a Upata donde Anita Acevedo Castro editaba “El
Alma”; El Callao, con una Washington Press en la que el general Celestino
Peraza editaba “Horizontes”, “El Cuarzo”
y “Ecos del Yuruary” a Upata,
donde el poeta Matías Carrasco editaba “La Campaña” y Guasipati donde el
general Ángel Olmeda editaba “El Liberal” y “Correo del Yuruary”. Esto podía
ocurrir por el modelo de producción semifeudal de la región que daba
importancia a cada enclave fundamentalmente ganadero aunque también existía la
explotación del oro, la madera y otros productos silvestres.
Como los hacendados se esmeraban
en la educación de sus hijos en las mejores escuelas del exterior, estos a su
regreso trataban de verter a la comunidad cuanto Hato de la Guayana adentro era
factible hallar una buena colección de libros y tropezar con un miembro de la
familia con dominio de varios idiomas y bien enterado de la cultura anglosajona
y latina.
Por eso es explicable que
Leonardo Valentín Cabrera haya salido del Hato Guarán de Tumeremo a casarse en
París con Ana Nier y que en el mismo París haya estudiado y graduándose de
ingeniero industrial el hijo homólogo de esta pareja, Valentín Cabrera Nier, el
padre de Horacio Cabrera Sifontes. La madre de Horacio era Mercedes, hija del
General Domingo Antonio Sifontes.
DOMINGO ANTONIO SIFONTES
Domingo Antonio Sifontes era
llanero a carta cabal, pero excepcional en cuanto a que poseía una educación
humanística. Sabía dominar un toro y educar un caballo por más salvaje que
fuera. Hombre de honor y de palabra, organizador de espíritu revolucionario que
lo llevó a participar en movimientos subversivos locales con el título de
General.
Pero como dice su propio nieto,
no era de esos generales “macheteros” sino un hombre de buen nivel cultural que
ejecutaba el violín y disfrutaba de una excelente biblioteca.
Con un prestigioso bien
cimentado en la región del Yuruary que incomodaba tanto a Gobernadores del
territorio como al mismo Guzmán Blanco deseosos de alguna manera en el negocio
de las minas de El Callao que tan hábilmente manejaba su amigo don Antonio
Liccioni, el general Sifontes se desenvolvía con soltura en esos tres puntales
de la economía del Yuruary como eran Tumeremo con su actividad agropecuaria, El
Callao con su producción de aurífera y el ingenio azucarero de Las Nieves.
Era Sifontes descendiente de
Canarios, familia que vino de Santa Cruz de Tenerife y se asentó en Aragua de
Barcelona donde inició trabajos agropecuarios que luego trasladó por los
avatares de la guerra de Independencia a lo profundo de la Guayana.
Manuel Antonio Sifontes, padre
de Domingo Sifontes, se instaló en Tumeremo en tierras arrendadas que más
tarde, en 1883, haría propias mediante la compra a don Antonio Luccioni.
Eran dos leguas, parte de las
cuales destinó al Hato “La Carata” y el resto a los ejidos de Tumeremo.
El General Domingo Sifontes era
casado con Eufemia Cabrera y de la unión nacieron en “El Carata” y en “Buen
Retiro” seis hijos: dos varones y cuatro hembras, entre ellas, Mercedes
Sifontes, casada con Valentín Cabreras Nier, padres de Horacio Cabrera
Sifontes.
EL TERRITORIO DEL YURUARY
El territorio del Yuruary,
producto de la división político territorial que en el Quinquenio de Guzmán Blanco reduce a nueve
los veinte Estados de Venezuela, es política y socio-económicamente pintado por
Horacio Cabrera en su libro con un buen caudal de conocimientos.
A medida que el lector toma
vuelo se va enterando de cosas y casos como el de Inesita Rau, la rica que
descendió a los niveles de pobreza por la devaluación de la libra en Londres
donde le depositó la fortuna para que viviese de los intereses; como de la
época del esplendor del oro en El Callao y las ocurrencias del indio Arsenio
matando venados con balas de oro cuya onza costaba un décimo de lo que cuesta
hoy; como las mentiras de Lucién Morisse cuyo libro rescató Juvenal Herrera
para que fuera editado por la CVG sin meditar el riesgo que significa gastar
los dineros del Estado en obras como esa; como la venta que hizo Guzmán Blanco
a Liccioni de las 379 leguas de tierras pertenecientes al Colegio Federal
Guayana por 600 mil bolívares y que iban desde Tumeremo hasta San Félix.
Cosas y casos como la del
general Manuel González Gil, apodado “El Gallito”, quien fue Presidente del
Estado Bolívar en tiempos de Guzmán Blanco y de Crespo y que administró con 700
hombres las sabanas cresperas del Caura que luego compraría Gómez por 80 mil bolívares para terminar vendiéndoselas
a la nación por 17 millones de bolívares.
Horacio Cabrera reseña muy bien
en su libro la Batalla de Orocopiche que decidió la toma completa de Guayana en
tiempos de la Revolución Legalista y destaca la participación del general
Domingo Antonio Sifontes. Retrata de cuerpo entero al general José Manuel (el
Mocho) Hernández, el que siempre obstentaba el uniforme militar para poder sentirse seguro,
distinto al General Celestino Peraza que prefería el liquiliqui no obstante su veleidad
similar a la del General Velutini que le tiraba un tiro al gobierno y otro a la
revolución.
El ministerio de trascendente
Muerto de la Carata queda bien descodificado en este libro “El Abuelo”. El
famoso muerto o “Hermano Penitente” como lo llamaban los espiritistas que
frecuentemente llegaban al Hato para invocarlo asi como judíos y otros
fanáticos del esoterismo, y la superstición interesados más en la posible
botijuela que en el arcano, queda aclarado con la existencia de Pedro Manuel,
un personaje culto que dominaba idiomas como el difícil arte de la ventriloquia
con todo lo cual armó un psicológico entrenamiento individual que asombró
ingenuamente a todo el Yuruary trascendiendo más allá del Cuyuní, el Caroní y
el Orinoco.
LA EXPULSIÓN DE LOS INGLESES
El libro de Horacio termina con
el “Incidente del Cuyuní”, y la gran manifestación anti-inglesa en Caracas y
las palabras pronunciadas por el doctor Luis Felipe Vargas Pizarro en la
ocasión de la muerte de Domingo Sifontes ocurrida en El Callao a la edad de 78
años.
Pero el “Incidente del Cuyuní” a
que se refiere este libro, más que un incidente fue una acción patriótica
reflexionada con gran sentido patriótico y tal vez en conciencia de las
consecuencias inmedibles. Y es que lo importante en ese momento de la acción,
una acción de fuerza que se repitió en tres ocasiones, no eran precaverse de
que se estaba ante un gigante sino que el gigante estaba hollando tierra
sagrada y había que expulsarlo sin miramientos ni temores.
Tener a los ingleses allí en
Cuyuní frente a El Dorado con un “Departament of Police of Cuyuní and Yuruan
Rivers” como bien claro decía el letrero puesto en la fachada del Bungalow, no era para quedarse
tranquilo a la espera del visto bueno del Presidente Crespo que absurdamente le
pidió a Sifontes más o menos que se hiciera el loco, sino que había que
proceder como bien procedió aunque con ingratos resultados, pues luego de
detener al comisionado inglés Douglas D. Barnes junto con la oficialidad y la
tropa y remitidos todos a Ciudad Bolívar, fueron puesto en libertad casi en el
acto por el gobernador o presidente del Estado, general Manuel Gómez Gil.
Por eso, la segunda vez que los
ingleses enviaron a 30 hombres al mando de Michael Mac Turk, la experiencia
indicaba que no había que detenerlos sino espantarlos a tiro limpio. Algunos
ingleses resultaron heridos, pero la lección la aprendieron, pero nunca más se
atrevieron remontar el Cuyuní hasta El Dorado. El 2 de enero de 1895 es por eso
fecha memorable. Cuatro años después se produciría el Laudo Arbitral de París y
todos conocemos la historia.
El año pasado por esta misma
fecha estuvo el primer ministro de Guyana Hoyte en Venezuela estrechando las
relaciones, abriendo una línea de crédito y haciendo poco a poco que se olvide
la reclamación de la tierra usurpada.
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