viernes, 5 de septiembre de 2025

ANGOSTURA TIERRA INUNDADA (Luz Machado)

Dice el REAL TITULO expedido por S. M. el Rey Don Carlos III nombrando a Don Joaquín Sabás Moreno de Mendoza Gobernador de An¬gostura para 1762, entre otras cosas: .. .“Por cuanto considerando la importancia de poner sobre otro pie el gobierno de la Provin¬cia de Guayana, así para la mayor custodia de ella, los intereses y Reino de Santa Fe, por la in¬troducción que facilita la conocida navegación del río Orinoco, como también para precaver, mu¬dando la población de Guanana a la angostura del citado río, la intemperie que hasta ahora se ha experimentado, tan fatal a sus habitantes, impi¬diendo por esta razón su aumento, he resuelto erigir en comandancia.. El Real Título era claro y expresó. Había que mudar la ciudad a la angostura del Río para evitar la intemperie experimentada por sus ha¬bitantes. S. M. el Rey Don Carlos III lo sabía desde España. Desde el año 1762, en Aranjuez, a 4 de junio. Esta es, a grandes rasgos, la última fundación de Santo Tomás de Guayana, la de la ciudad de Angostura, nombre dado por la an¬chura escasa de su río (alrededor de 800 metros en sequía)#La misma que 80 años después se llamara Ciudad Bolívar. La que ha padecido des¬de 1854 inundaciones exactas a las de ahora, a través de 97 años. .. II Estamos en agosto de 1951. Volvió a crecer el Orinoco. La tierra —que es allá en las cabece¬ras la más rica de las entrañas y la entraña más generosa de todas cuantas existen en el reino te¬lúrico de Venezuela—, barbotó en zumos verdes toda su fuerza. Crecieron los hontanares. Se es¬ponjaron los manantiales como gargantas de pá¬jaros en el canto. Despertaron los cauces por mi¬llonésima vez y abrieron sus rejas cristalinas to¬das las puertas del agua. Empezó a correr desde más allá de la Parima conocida, desde más acá del Casiquiare, desde los raudales, desde las' con¬fluencias con Apure y Meta; siguió ampliándose rumoroso y arevido en los arrozales caicarefios; rezongó en la Boca del Infierno una maldición de remolinos sucios; dio en la vuelta de no una moldura más a la poderosa colu I su corriente y se solazó en la ciudad de tura, la misma que fuera fundada allí pa: var de la intemperie a sus habitantes”, pe tiene 97 años viendo crecer el río. . . Se metió el río. Llegó rondando con pe pailones de la Laja de la Zapoara y a re I algas fluviales y carameras y mosuros y i Ya dejó cubiertos los ranchos de la isla I Ratón, abrazó El Degredo más allá de laí lias y vino como un animal doméstico a e . tranquilamente en los barrios cuyo nivel rec la amenaza solamente cuando el agua —coi pensamiento fijo de cósmica periodicidad- I vuelve y moja el polvo de los portales y í patios caseros. Se metió el río por La Cera i Llegó a Perro Seco. Rodeó la Cruz del P< I como años atrás lo hiciera cuando Julia, la mosa culisa lavandera de mi casa estuvo a f de quedar en él definitivamente, mientras c ba las flores viejas de papel colorado y en zaba el cable de la luz eléctrica que al fin a braba la capillita sobre la roca. Por el Dique hinchándose como un monstruo que de noch< hullera toda el agua del mundo venezolano hora flota todavía indiferente y abierta el banderín de esmeralda sostenida por aires al les. El Río ha cubierto el pie de los bambúe la orilla, se derrama por La Carioca, estrell muro del malecón, sube, sube, sube. Ya ¡ nes —estoy segura— están dispuestos a a borar en cualquier obra de utilidad pública caminada a sortear de una vez por todas peligro de la inundación. No es imposible, lento y quizás difícil, pero no imposible. Y G yana, la de las grandes empresas y la de las ir des esperanzas; Guayana la de la riqueza inm surable y la de la gente de más recia y prob fe, puede llegar a conclusiones ahora, cuando sistiendo sin alharaca la nueva complicación ha enfrentada, y sometida por propio gusto a sop tar y a esperar soluciones, tiene, hasta por de cho de representación en la representación nat nal parlamentaria el reclamo contenido, con fe de que sin enunciarlo, sin proferirlo, sin ra ficario, será atendida, como yo he visto y pal do la atención prestada en otros órdenes de dolé pública, largos años postergado. Aún cuando los pergaminos del Rev Don C los III estén tan podridos como sus huesos, v dría la pena complacerlo, que es, a fin de cui tas, la mayor galantería que el presente pul rendir a la historia de la hermosa ciudad. EL NACIONAL, 12-8-

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